Oasis de cemento

Es el lugar perfecto para escapar del caos de la Gran Manzana, esto, en medio del verde de los árboles o el blanco inmaculado de la nieve. Es el espacio indicado para hacer una pausa, para olvidarse de todo…

Por: Juan Camilo Zapata Salazar

Transcurría el verano del 2017, empezaba el me de junio y el calor comenzaba a ser una constante en la capital del mundo. Allí, la gente se veía feliz de por fin poder comenzar a disfrutar de un muy merecido clima tropical. Esa es la primera imagen que tengo de la Gran Manzana, un sol radiante, iluminando los rascacielos y calentando el pavimento. Tan solo había pasado dos días de mi llegada a esta ciudad y mi abuela ya me estaba llevando a conocer este majestuoso sitio del que me había prometido visitar por años.

Estábamos preparados para afrontar el calor de la tarde, salimos de casa con una comida empacada en cocas, un paquete de Doritos y dos Coca Colas casi que congeladas. íbamos a recorrer la ciudad y a terminar con un delicioso almuerzo de la forma más neoyorkina del planeta, tomando el lunch en pleno Bryant Park.

Al llegar allí, mi abuela y yo estábamos agotados, el calor era despiadado, pero no tanto como la belleza del lugar, era mucho mejor de lo que mi abuela me había descrito. Literalmente había mujeres bronceándose en ropa interior antes de retomar sus jornadas laborales y hombres quitándose la corbata para recibir algo de solo en sus ya blancos cuerpos. Cuando por

fin encontramos donde sentarnos a tomar el almuerzo, sacamos lo que llevábamos y vaya sorpresa, la comida parecía recién sacada del microondas y la Coca – Cola acabada de hervir; por más que intentamos conseguir algo frío fue imposible. Así que nos tocó almorzar con ese par de cosas casi que echando humo de lo calientes que estaban; pero todo esto valía absolutamente la pena con el simple hecho de estar ahí sentado, divisando el paisaje y escapando del ruido de la ciudad estando, literalmente, en medio de ella.

Pero no tuvo que pasar mucho para volver a tener la fortuna de estar parado en ese sitio, con un abrigo gigante, guantes y un par de orejeras que me ayudaban a combatir el frío; pero esta vez, con mi mamá y abuela, dos de las mujeres más importantes de mi vida. Como ya habíamos pasado y luchado con la vehemencia del clima opuesto, salimos preparados de casa. Mi mamá propuso empacar dos termos llenos de Canelazo para que el frío fuese más fácil de sobrellevar.

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